domingo, 22 de mayo de 2016

Historias de una Nueva Guerra (Warmachine Mk3): Tanith the Feral Song

Buenas, pues aquí tenemos otro relato, traducido de nuevo por Borzag a través de su blog Minis de Cómic,(de nuevo genial y gracias por el curro). Esta vez nos presentan a la nueva Warlock del Círculo de Orboros (y como veréis bastante ecoterroristas), que lo disfrutéis:

TALA INDISCRIMINADA

POR MATT GOETZ


El vaho de Tanith humeaba en el aire nocturno mientras ella inspeccionaba el lugar en el que los intrusos khadoranos morirían. El argus de la joven druida se acurrucaba a su lado. Una de las dos amplias cabezas del perro jadeaba mientras examinaba los alrededores. La otra empujaba su hocico contra su palma como si la pidiese que la acariciara. No lo hizo. Otros podían ver a una bestia de guerra como a un compañero, pero para ella eran la flecha de un cazador, algo para ser lanzado sobre su presa. Muy parecido a como su maestro Vernor el Portador de la Noche la debería ver a ella, pensó.

Bañada por una capa de nieve y por la pálida luz lunar de Calder, la extensión era una franja de tierra deforestada entre el bosque y las montañas. Tocones punteaban el suelo, como si fueran un testimonio del hambre de los saqueadores khadoranos. Montículos irregulares yacían esparcidos por la nieve, pilas de trampas para animales y de ramas que los norteños no se habían molestado en recoger.

Al otro lado se veía un complejo minero khadorano, unas sucesiones de tribunas achaparradas conectadas mediante andamios. Una alta serrería se veía a un lado, construida para cortar vigas de madera y reforzar la mina. Los norteños habían venido para arrancar el hierro del interior de la montaña y alimentar las necesidades de sus ciudades, construir los barcos que les llevaban a nuevas tierras que pudiesen expoliar e infectarlas con más ciudades, ciudades que corromperían las líneas ley, los flujos de energía natural que corrían por debajo de la superficie del mundo. Los druidas del Círculo Orboros no podían destruir fácilmente las grandes ciudades de los hombres, pero cuando esos hombres se internaban en tierras no expoliadas, fuerzas como la de Tanith podían expulsarles.

Sus mirada se endureció al ver un par de hombres con rifles patrullando el perímetro del campamento, con los cuellos de sus abrigos de piel levantados para evitar el frío. Incluso desde esa distancia ella podía oír su conversación despreocupada. La risa de uno de ellos le llegó, y le vio sacar un frasco de su abrigo. Los hombres eran soldados, pero poco disciplinados. Bien. Habría otros descansando en las barracas o apiñados cerca de las chimeneas, pero esos, al menos, no serían un reto.

Hizo una señal, y unas sombras se separaron de la oscuridad de detrás de ella mientras sus soldados se deslizaban hacia delante. Vestidos con armaduras de bronce y pesadas pieles, los Lobos de Orboros (los hombres y mujeres tribales juramentados a su servicio) esperaron sus órdenes. Tras ellos venía Karul, su warpwolf purasangre, alzándose por encima de los humanos. Lo alto de su cabeza rozaba las ramas altas, y se movía con una gracia que parecía antinatural para una criatura tan masiva y fuerte.

El pelo blanco de Karul relució bajo la débil luz de la luna. Era un purasangre, hijo de unos warpwolf. Esto quería decir que aunque compartía con sus padres el gran tamaño, la fuerza, y la habilidad proteica de transformar su carne, no podía tomar forma humana como otros warpwolf menores podían hacer. Sin embargo, la mente de un purasangre era astuta (quizás la más astuta de todas las bestias de guerra) y tenía la mentalidad insensible y sedienta de sangre de un verdadero depredador.

Karul descendió su mirada a los guerreros. Gruñó unas pocas sílabas que su hocico lobuno hacían difíciles de comprender, pero Tanith podía oír el hambre en su voz y sentir su ansia a través del vínculo que compartían - “¿Golpeamos?”

Ella vio a los soldados desvanecerse al girar la esquina meridional del compuesto mientras patrullaban. - “Ahora” - dijo. Los Lobos de Orboros corrieron hacia delante, apenas haciendo un sonido.



Un rifle restalló y uno de los guerreros a la carga de Tanith cayó a la nieve antes de poder alcanzar el muro de la barraca. Los otros aceleraron a través de la cobertura que proporcionaban las pilas de vegetación. En el flanco izquierdo un valiente minero gateó hasta lo alto de una de las pilas y disparó su escopeta recortada hacia abajo, matando a su objetivo. Justo después, recibió un golpe de la hoja dividida de la lanza de un Lobo debajo de su barbilla. El tirador oculto disparó de nuevo, lanzando de golpe hacia atrás la cabeza del Lobo atacante. Ambos cuerpos cayeron sobre la nieve.

Alguien del campamento minero había dado la alarma. Ahora los defensores salían atropelladamente al campo de batalla, llevando rifles de caza y escopetas recortadas. Todos los hombres khadoranos eran reclutados para el ejército y entrenados con armas, así que sabía que no debía subestimarlos. Organizó a sus guerreros en dos grupos de asalto para formar un embudo que dirigiera al enemigo hasta las fauces impacientes de Karul.

El purasangre se lanzó a través del primer grupo, con las balas y los perdigones acribillando su pellejo. Cada barrido de sus grandes brazos mandaba cuerpos partidos y rotos girando por los aires. Necesitaba poco incentivo por parte de ella para que siguiera matando, así que Tanith incitó a su argus para que rodeara el flanco meridional del complejo y se encargara de un francotirador situado entre las chimeneas de las barracas principales.

A través del enlace telepático que compartía con la bestia vio una pila de leña detrás de la barraca. Tras un silencioso empujón mental el argus trepó por los troncos apilados. Azuzando la rabia en el interior de la bestia, la mandó hacia una mujer que se arrodillaba detrás de una chimenea de ladrillo situada sobre el tejado del edificio. Cuando la bestia saltó para atacar, soltó un aullido doble espeluznante desde sus dos cabezas gemelas que reverberó por todo el campo de batalla y dejó paralizada a la francotiradora.

Antes de devolver su atención a la batalla que transcurría en el suelo, Tanith drenó la potente furia del argus. Entonces dejó que sus sentidos notaran el flujo de la vida y la energía sobre el campo de batalla, alcanzando las líneas ley situadas debajo. Con una sonrisa de depredadora golpeó su arma contra la tierra. Cortado del antiguo y poderoso árbol Wurmwood, el Bastón del Destino convocó a las cortadas raíces situadas debajo del suelo, los últimos restos de un bosque antiguamente vibrante.

En respuesta, raíces profundas emergieron del suelo para envolver a dos khadoranos. Con una serie de chasquidos húmedos las raíces arrastraron a uno de ellos hacia lo más profundo del suelo congelado, con sus gritos ahogados por el aplastante peso de la tierra. Las raíces ataron al otro allí donde estaba, convirtiéndole en un objetivo fácil para un barrido de las garras de Karul.


Se giró para gritar una orden al vacilante flanco izquierdo cuando una serie de pitidos estridentes perforaron el aire. Su argus empezó a gruñir y a ladrar, y Karul alzó su hocico ensangrentado para buscar la fuente del ruido. El warpwolf se deslizó hasta Tanith y la arrastró detrás de él.

Al sur, vio varias luces brillantes que se movían entre los árboles. Miró a través de los ojos de Karul, atravesando la oscuridad del exterior del campamento, y vio cuatro siervos de vapor corriendo hacia delante, partiendo los árboles más pequeños en su avance. Eran enormes constructos jorobados, unos ecos burlones de la humanidad. Dos eran siervos de trabajo de los khadoranos, usados para realizar trabajos físicos pesados. Sin embargo, el tercero y el cuarto portaban dos hachas de doble filo y se resistían a la misma rabia apenas contenida que mostraba ahora Karul. Un hombre con armadura que iba detrás de ellos les gritaba órdenes, diciendo a las máquinas que cargasen a las fuerzas de Tanith. Dos de los Lobos situados a su derecha fueron arrollados bajo los pies de acero del siervo más adelantado.

- “¡Retroceded!” - gritó Tanith a los Lobos - “¡A los árboles!” - Los supervivientes salieron de su cobertura y corrieron hacia el bosque. Urgió a su argus para que hiciera lo mismo, y éste saltó de su percha en lo alto del tejado para correr hacia ella levantando nieve a su alrededor. Unos pocos disparos de rifle chasquearon detrás de él, lanzando volutas de nieve y de tierra al aire.

Tanith se giró hacia el bosque, pero Karul se quedó encarando a las cuatro descomunales máquinas, flexionando las garras de sus manos y gruñendo. Grandes pinchos y crestas de hueso rasgaron su pellejo al transformar su carne para ganar fuerza para la batalla que se avecinaba. Tanith sabía que el warpwolf no podía combatir a los cuatro siervos de vapor a la vez, así que atrapó su mente y le forzó a mirarla. - “A los árboles. Ahora”.

Sintió el rencor bullendo en su corazón. En unos momentos, lo necesitaría.


Los siervos de guerra avanzaron, balanceando sus hachas en grandes arcos para abrirse camino a través de los árboles. Detrás de ellos los siervos de trabajo lanzaban a un lado los troncos caídos, limpiando el camino para los khadoranos con rifles y escopetas recortadas. Los soldados dispararon a las fuerzas de Tanith mientras huían creando una nube de humo de pólvora, y dejando la espalda de Karul pegajosa por su sangre y a su argus cojeando. Un Lobo de Orboros recibió una bala en el cuello mientras saltaba sobre un tronco caído y cayó al otro lado.

Karul se giró para interceptar al siervo de guerra que iba en cabeza y se agachó. Antes de ser golpeado, la gran bestia de guerra extrajo el poder místico que era su derecho de nacimiento como purasangre y se volvió tan insustancial como el humo. Se lanzó hacia delante, y el hacha del siervo de guerra atravesó su forma fantasmal mientras se colocaba a toda velocidad tras él. La máquina vaciló, confusa.

Tanith vio el plan de Karul y recurrió al enlace entre ellos para facilitar su transformación. Situado ahora detrás del siervo de guerra, el purasangre se giró. Sus músculos ondularon y se abultaron con fuerza renovada. Sus garras perforaron la caldera de vapor del siervo de guerra y la arrancaron de su sitio. Desde el camino, detrás de las dos figuras titánicas, Tanith oyó los gritos de sorpresa de los khadoranos.


El otro siervo de guerra soltó furioso un chorro de vapor y cargó hacia delante, ignorando los gritos de su controlador de que mantuviese la posición. Más que golpear con sus armas, embistió a Karul, mandando tanto al warpwolf como a la máquina volando hacia Tanith. Incapaz de apartarse, fue embestida violentamente hacia atrás, sus costillas crujiendo al rebotar sobre las raíces de otro árbol.

Instintivamente, Tanith canalizó el dolor a una de sus bestias de guerra. No al argus, ya que no sobreviviría a esa herida, ni a Karul, que estaba luchando por ponerse en pie mientras forcejeaba con el siervo de guerra, sino a otra bestia de guerra, un gorax que no le importaba y en el que apenas confiaba. Había ordenado a los Lobos que lo encadenaran al árbol más grande y fuerte que pudiesen encontrar, lejos de la vista y de los olores del campamento minero. En la distancia, sonó un aullido de indignación mientras sentía como sus costillas se colocaban en su sitio por si mismas. El ruido de cadenas partiéndose se oyó al liberarse el gorax de sus grilletes.

Los khadoranos habían avanzado para ayudar al siervo de guerra atacado cuando el sonido les alcanzó. El hombre mayor que comandaba a los dos siervos de trabajo les dirigió para que se movieran formando una cobertura. Su voz tembló y se convirtió en un grito al atacar el gorax. La espuma se derramaba de sus fauces colmilludas, y sus ojos eran salvajes. Los gorax respondían al dolor con una rabia irreflexiva y destructiva, ganando fuerza y ferocidad de sus heridas. Sus costillas rotas eran más que suficientes para provocarle una furia ciega.

El gorax chocó contra el siervo de trabajo de la izquierda con su espeso cráneo, derribando a la máquina. Tanith vio al controlador de la máquina desvanecerse bajo las muchas toneladas de metal. Echó mano del manantial de rabia del gorax, dándole una parte a Karul y quedándose el resto para si misma. Potenciado por esta ferocidad, Karul lanzó al siervo de guerra y saltó hacia delante. Juntas, las bestias de guerra arrasaron a los siervos restantes. En unos momentos los últimos supervivientes estaban indefensos, recargando sus armas desesperadamente para disparar a las enormes criaturas.

Tanith cerró los ojos, sintiendo el espíritu de cada bestia de guerra como si fueran puntos de luz en un vasto mar de oscuridad. Sentía la cálida ira del gorax, la angustia de su argus herido, y los pensamientos de Karul deslizándose bajo el frenesí del ánimus. Entonces, invocando todo el poder que había extraído de sus bestias, Tanith tejió un hechizo de pura destrucción, runas de poder brillantes girando en círculos alrededor de sus manos estiradas. Usó su vínculo con las bestias como un conducto, haciendo que el hechizo se manifestase desde cada una de ellas hacia los hombres apiñados. Desde tres direcciones, el hechizo convergió sobre ellos, tres ráfagas de poder destructivo que explotaron con una fuerza tremenda.

Una oleada de viento, polvo, y nieve salió despedida hacia fuera, haciendo que los árboles se doblaran y estremecieran. Donde habían estado los defensores de la mina ahora solo había un cráter profundo y oscuro lleno con los restos retorcidos de los siervos caídos. Jadeando por el esfuerzo, Tanith se dirigió a sus Lobos.

- “Si alguno de vosotros sigue vivo, seguidme”



Tantih y cuatro de sus Lobos vigilaban mientras el complejo ardía. En algún lugar de este un techo se hundió, enviando chispas dando vueltas al cielo nocturno. Detrás del grupo, sus bestias de guerra se recuperaban, con el gorax de nuevo firmemente encadenado mientras que el argus lamía sumisamente los nudillos de la criatura.

- “¿Ahora qué?” - gruñó Karul.

- “Esta era la primera,” - respondió. - “Los khadoranos tienen otras tres minas a lo largo de 300 kilómetros. Vamos a destruirlas todas.”

- “¿Estarán todas tan bien defendidas?” - preguntó uno de los Lobos, su voz amortiguada por su yelmo de acero. - “Ya he perdido a seis de mi tribu.”

- “Lo más seguro,” - dijo Tanith. - “¿Importa eso? Tenemos nuestras órdenes.” - Ella estaba confusa por la pregunta hasta que la otra mujer se quitó su yelmo. Tanith vio la mezcla de miedo y de pérdida en los ojos de la mujer. Intentó recordar cómo era sentir ese tipo de dolor, qué significaba esa pérdida para alguien que no había recibido el entrenamiento de los druidas superiores de la orden. Hizo una pausa antes de volver a hablar.

- “Hay otras tribus entre este puesto y el siguiente. Les recordaré sus obligaciones a mi orden. Recuperad a vuestros muertos. Vuestro trabajo se ha terminado por ahora.” - Con eso, ella inclinó su cabeza hacia los árboles del sur. - “Vamos Karul. Tenemos trabajo que hacer.”

1 comentario:

  1. Creo que no hay ni un sólo warlock de Orboros con un mínimo de empatía xD Diría que Kaya (como mínimo la del Primal), pero tampoco estoy seguro... :P

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