martes, 31 de mayo de 2016

Historias de una Nueva Guerra (Warmachine Mk3): Kryssa, Conviction of Everblight

De nuevo, otro relato, traducido de nuevo por Borzag a través de su blog Minis de Cómic,(muchas gracias por el curro). Esta vez nos presentan a la nueva warlock de Everblight:

LOS ELEGIDOS


POR AERYUN RUDEL

- “Iosanos” - dijo el dragón en la mente de Kryssa, nombrando al enemigo que se aproximaba rápidamente a través de los árboles. Su armadura blanca hacía parecer que la propia nieve había ganado movilidad e intentaba acabar con ella. Los iosanos y sus máquinas de guerra (“mirmidones” - aportó el dragón) le habían sorprendido con su número, pero confiaba en la trampa que había preparado.

Thagrosh había advertido que la patrulla iosana podría haber descubierto su campamento en lo alto de las montañas, y que si se les permitía informar a su fuerza mayor situada al sur, los iosanos
regresarían con fuerza. Se le había mandado para detenerlos aquí. Comandaba una unidad completa de legionarios y dos unidades de arqueros. El enemigo era mucho más numeroso, pero su infantería era más hábil y mejor armada, y la patrulla tenía un apoyo a distancia limitado. Ya les había aguijoneado con sus arqueros, hostigando a la fuerza iosana desde la retaguardia y dirigiéndoles hacia su infantería.

- “¡Línea de batalla!” - dijo Kryssa a la vez que sostenía su lanza en alto. Sus legionarios formaron
una línea cerrada, sus armaduras pesadas haciendo apenas ruido al girarse para encarar al enemigo. Cada uno estaba armado con una afilada y larga hoja: una gran espada Nyss, un arma de los días anteriores a Everblight. Estas, y las claymores de menor tamaño portadas por los espadachines Nyss eran una parte importante de la cultura guerrera de Nyss.

- “Arqueros” - dijo a continuación, y dos unidades de Nyss que portaban arcos compuestos tomaron posiciones detrás de las figuras blindadas de los legionarios. Los guerreros infectados se movieron con eficacia silenciosa, y sus arcos pesados crujieron al ser tensados. Las puntas de acero de las flechas brillaron bajo la lánguida luz del sol que se filtraba a través de los árboles. - “¡Fuego!” - dijo Kryssa a la vez que bajaba su lanza.

Una tormenta de flechas negras silbó hacia el enemigo a la carga. La armadura pesada de los iosanos desvió la mayoría, pero otras alcanzaron los huecos entre el yelmo y la hombrera, o la franja desprotegida justo debajo de la placa pectoral. Cayeron algunos iosanos, pero la descarga no detuvo su avance.

Sus legionarios se prepararon para contactar con el enemigo, pero los soldados iosanos no eran la preocupación más apremiante de Kryssa. Los que planteaban la mayor amenaza eran los altos constructos de metal esmaltados de blanco y con runas azules brillantes que se situaban detrás de la línea iosana, Los nombres y las capacidades de batalla de los mirmidones le fueron desvelados: su dependencia de un controlador mortal, los campos de energía que protegían sus cuerpos de metal y la letalidad de sus armas y de sus poderosos puños. Esta información le llegó no a través de palabras, sino en ráfagas de recuerdos que no eran suyos. Por primera vez desde que había recibido la esquirla del athanc de Everblight dentro de su cuerpo, una fuerte emoción llegó veloz hasta ella a a través de su conexión con el dragón: furia, cálida y brillante.

Kryssa contactó con las mentes frías y receptivas de sus bestias de guerra: un ágil neraph y dos shredders, engendros de dragón menores del tamaño de perros de guerra. Usaría su propia fuerza y la de sus bestias para destruir a las máquinas enemigas antes de que pudiesen llegar hasta sus guerreros.

Avanzó a la carrera, rodeando a los legionarios y urgiendo a sus shredders para que corrieran por delante de ella. Sus enormes fauces colgaban abiertas y sus poderosas patas traseras levantaban la nieve. El neraph, enorme y serpentino, se movía detrás de Kryssa. Su fuerza era un minúsculo eco de la del dragón, una pequeña porción del inmenso poder de Everblight que había tomado cuerpo y forma. Su gran cabeza desprovista de ojos estaba fijada sobre el enemigo, y sus cuatro alas creaban remolinos en la nieve y le propulsaban a través del aire.

A su izquierda, el enemigo había contactado con los legionarios, y el repiqueteo del choque de acero contra acero resonaba a través del bosque. Los shredders habían alcanzado al primer mirmidón, un Griffon, el cual balanceaba una masiva alabarda hacia uno de ellos. Brincó a un lado, evitando el arma. Kryssa presionó mentalmente a ambos Shredders para que atacaran. Luchando en equipo, uno se lanzó hacia delante lanzando mordiscos mientras que el otro flanqueaba por la derecha. Una luz azur destelló cuando la bestia chocó contra el campo de fuerza del mirmidón y cayó hacia atrás, gruñendo. El campo de fuerza titiló y falló, y ella azuzó la rabia del segundo shredder para incitarle a atacar mientras el Mirmidón fuese vulnerable. La bestia atacó la pierna izquierda de la máquina, rasgando el acero con sus poderosas mandíbulas.

Entonces, Kryssa mandó al primer shredder a toda velocidad hacia el único iosano que no se había unido a la batalla. Estaba gritando órdenes a su segundo mirmidón, una Manticore, que era mucho mas grande y mostraba un par de hojas con forma de guadaña montadas en sus brazos. Se había estado moviendo hacia sus legionarios, pero ahora que su amo veía el peligro en el que se encontraba, se estaba girando. Kryssa urgió a su neraph para atacarle y la bestia pasó a toda velocidad por encima de su cabeza.

Ella alcanzó al mutilado Griffon. Había matado al shredder pero estaba desequilibrado, tambaleándose sobre su pierna restante. Incapaz de levantar su escudo cuando ella se lanzó saltando por encima de la alabarda del mirmidón, la máquina recibió de lleno su ataque cuando clavó la punta de su lanza en su pecho. El poder del dragón añadía fuerza a su golpe, y chispas azules saltaron del acero hendido. El Griffon cayó de espaldas, con su cuerpo sacudiéndose en espasmos mecánicos de muerte, y las runas brillantes que giraban en espiral a lo largo de sus miembros se desvanecieron.

Liberó su lanza y cargó hacia el iosano que controlaba las máquinas. Había matado al otro shredder, pero la sangre que caía de su armadura blanca le dijo que había conseguido lo que le había mandado hacer. Mientras corría hacia él, éste se retiró a la vez que runas de hechizo se formaban alrededor de su mano estirada. Un rayo de energía brotó hacia ella, pero no alteró su curso. El rayo la golpeó en el hombro derecho, y el dolor recorrió su cuerpo. Sin embargo, la herida no era mortal y apenas la ralentizó. Un instante más tarde estaba encima de él, su lanza dirigiéndose hacia su pecho con todo su peso e inercia para respaldarla. La cabeza larga y dentada del arma atravesó su cuerpo por completo y salió por su espalda con un chorro de color carmesí.

Kryssa dejó caer al iosano, y plantó un pie sobre su pecho mientras expiraba su último aliento. Tiró de su lanza para liberarla y se puso en marcha de nuevo. La rabia del neraph fluyó a través de su conexión con ella cuando embistió a la Manticore, y un par de fogonazos iluminaron el bosque cuando los ataques de la bestia chocaron contra el campo de fuerza protector de la máquina, superándolo. Dejó que más poder del dragón fluyera a través de ella y hacia la bestia de guerra, bendiciéndoles a ambos con el fuego del aliento de Everblight. Llamas amarillas brillantes cobraron vida alrededor de sus cuerpos, y cuando el neraph arañaba con su cola dentada a la Manticore, gotas de fuego brotaban del acero rasgado.

Corrió hacia donde combatían los dos titanes. Giró hacia la derecha, flanqueando con efectividad al mirmidón. Este había abierto heridas terribles en el pellejo del neraph, y el icor manchaba la nieve de negro.

Kryssa absorbió parte de la rabia del neraph para potenciar su ataque, y su lanza llameante pinchó la piel de metal de la máquina. Entonces, el neraph abrió un agujero en su pecho y metió toda su cabeza dentro de la cavidad, mordiendo y arrancando los mecanismos internos de la Manticore. Con las llamas consumiendo su estructura, la gran máquina se estremeció y dejó de moverse. Se derrumbó hacia atrás, convertido en un bulto inerte de metal rasgado y ardiente.

Una intensa satisfacción recorrió a Kryssa, aumentada por el placer de Everblight por su victoria. Respiró profundamente y se dio la vuelta para mirar el resto de la batalla. Había terminado. Sus legionarios habían triunfado y una hueste de enemigos había caído bajo sus espadas.

Se dirigió a contar los muertos.


El campamento bullía de actividad cuando Kryssa y sus soldados regresaron, arrastrando los cuerpos de los iosanos tras ellos. Pronto, los Nyss que atendían las calderas engendradoras convergieron sobre la pila de cadáveres, enganchando los cuerpos con sus bastones dentados y arrastrándolos de uno en uno. Ahora, el enemigo serviría a Everblight en la muerte, su carne y su sangre proporcionando el combustible para crear más bestias de guerra.

Kryssa dejó que sus guerreros fuesen a buscar comida y a atender sus heridas, y se dirigió al borde del campamento. Allí encontró al más poderoso de los sirvientes de Everblight, Thagrosh el Mesías, de pie sobre un pequeño alto, mirando las calderas engendradoras. Su forma de ogrun cambiada por la bendición de Everblight se cernía sobre ella, con los cuernos de su cabeza similar a una calavera retorciéndose en espiral hacia arriba y sus vastas alas plegadas contra su espalda. Una garra dracónica de gran tamaño sujetaba su inmensa espada, Rapture.

Un par de legionarios estaban de pie detrás del gran brujo, y asintieron a Kryssa a medida que se aproximaba. La conocían bien. Ella había servido como oficial en la escolta personal de Thagrosh antes de hacerse una con el dragón. Kryssa les dejó atrás y se inclinó ante Thagrosh.

- “Mi señor” - dijo mientras se levantaba - “el enemigo ha sido destruido. Su carne ha sido reunida para las calderas engendradoras, pero he perdido seis legionarios, doce arqueros y dos shredders en la batalla”. El peso de informar directamente a Thagrosh de esta manera hacía que se le secara la boca. Normalmente sus órdenes venían de Vayl Hallyr. Sin embargo, el Mesías le había mandado personalmente a esta misión, diciéndola que volviese a él una vez fuese completada.

- “¿Y cuántos de los enemigos murieron?” - preguntó Thagrosh con su retumbante voz.

- “Todos ellos: más de cuarenta guerreros, un hechicero y dos mirmidones”.

- “Lo has hecho bien” - dijo Thagrosh.

- “La victoria pertenece a mis guerreros, mi señor” - dijo. - “Fueron ellos los que aplastaron a los iosanos por la gloria de Everblight.”

- “Tú les dirigiste. Todos vimos la batalla.” - El dragón estaba dentro de todos los brujos de Everblight, y lo que hacían se compartía. - “Te vi destruir las dos máquinas enemigas. Te vi usar la fuerza de tus bestias de guerra con la precisión con la que un ryssovass usa su arma. Te vi prevalecer.”

- “Lamento la pérdida de tantos guerreros, mi señor” - dijo. - “Podría haber conservado a más de ellos.”

- “Las bajas son inevitables” - dijo Thagrosh. - “Ninguno de los otros podría haberlas evitado. La esquirla de athanc de tu pecho muestra la fe de Everblight en ti. Así que te pregunto de nuevo: ¿quién destruyó las máquinas enemigas?”

Kryssa no se sentía cómoda recibiendo el mérito de esta victoria, aunque parte de ella sabía que todo habría estado perdido sin ella. - “Yo lo hice” - dijo.

- “¿Quién derrotó al enemigo por la gloria de Everblight?” - dijo Thagrosh, inclinándose hacia delante, sus ojos brillando con un fuego maligno.

- “Yo lo hice” - dijo. - “Yo derroté al enemigo.”

Thagrosh asintió. - “No dudes de ti misma. No dudes del dragón. Nuestras fuerzas individuales le hacen ser incluso más poderoso.”

Kryssa asintió. - “Lo entiendo” - dijo, aunque seguía teniendo dudas. Ella no había recibido la esquirla de la piedra corazón del dragón de la misma forma que los otros. Durante una terrible batalla la había recuperado del cuerpo de un brujo asesinado para que no se perdiera. La desesperación le había llevado a abrir su propio pecho y meter dentro la brillante esquirla, solo para que le diera fuerzas para ponerla a salvo. Nunca había esperado quedársela, unirse a las filas de los elegidos de Everblight. Era una guerrera experimentada, sí, pero no se sentía lista para unirse a aquellos que le habían precedido.

- “Tu lanza es tan letal como el arco de Lylyth” - dijo Thagrosh, respondiendo a sus pensamientos. - “Tu liderazgo en la batalla es tan valioso como la hechicería de Vayl. Eres su igual, incluso si la tarea que te ha sido otorgada es diferente. ¿Qué es lo que te impide aceptarlo?”

Apartó la mirada antes de dar voz, por fin, a la duda que le había plagado durante tanto tiempo. - “No fui elegida al igual que ellos” - dijo.

- “¿No? Mira en la mente de Everblight. Mira en el trozo de su ser que llevas en tu interior.”

Kryssa cerró sus ojos y volvió su mente hacia su interior, a la gran presencia que ahora estaba siempre con ella. El dragón le mostró una visión: un vasto ejército de soldados, legionarios, arqueros y bestias marchando por la nieve, con el mundo ardiendo detrás de ellos. Vio a Vayl y a todos los demás a la cabeza de este ejército, y, entonces, la visión se estrechó para centrarse en un único individuo que marchaba al lado de Thagrosh, su lanza mojada con sangre enemiga y una luz brillante ardiendo dentro de su pecho. El orgullo y la aceptación fluyeron a través de Kryssa, una impactante oleada de reconocimiento proveniente de un poder más inmenso que cualquier cosa que pudiese imaginar. Abrió sus párpados y cruzó su mirada con los ojos llameantes de Thagrosh sin retroceder.

- “¿Qué te ha dicho el dragón?” - dijo.

Ella habló sin dudas. - “Dirigiré a los elegidos de Everblight a la victoria.”

Thagrosh asintió. - “De eso, no tengo dudas.”

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