¡Hola, criminales de buen gusto!
Aquí su fiel amigo, el Señor Azul, también conocido como el tipo que siempre lleva un traje impecable, aunque esté en medio de un tiroteo o explicando las bondades de un nuevo juego de mesa o wargame. Sí, ese soy yo: el hombre que convirtió el arte de hablar sin parar en un deporte extremo.
Hoy, como siempre, estoy aquí para compartir mis pensamientos, reflexiones y alguna que otra anécdota que probablemente no debería contar (pero, ¿qué es la vida sin un poco de drama?). Así que siéntense, relájense y prepárense para leer algo que, con suerte, les hará reír o al menos les dará una excusa para procrastinar un poco más.
¿Listos? Perfecto. Porque yo no soy de esperar… a menos que haya donuts de por medio. Empecemos.
Hoy os traigo un relato crossover sobre Trench Crusade pero dándole vueltas a una idea que me dio Marvin al leer mi anterior entrada "[Sr.Azul] Relatos desde la trinchera - Trench Crusade, the prey!" y me he decidido a escribirlo, al lío!
"El Depredador y el Espectro"
El viento en Tierra de Nadie ululaba como un lamento eterno, arrastrando cenizas y el hedor acre de azufre sobre un paisaje de trincheras retorcidas y cráteres humeantes. Entre el lodo y los restos de cuerpos destrozados, dos cazadores acechaban, sus pasos silenciosos resonando en un duelo que ninguno había previsto. Uno era un Yautja Joven Sangre, un guerrero alienígena recién ascendido tras su primera cacería exitosa, atraído a este mundo por el caos de la Gran Guerra. El otro, un Comando de la Muerte Hereje, un asesino forjado en el Séptimo Círculo del Infierno, enviado a Tierra de Nadie para eliminar amenazas al dominio hereje. Ambos se habían encontrado por casualidad, y ahora se cazaban mutuamente, sus instintos afilados como las armas que portaban.
El Yautja avanzaba con cautela, su camuflaje óptico destellando entre las sombras de un bosque de alambre de púas. Sus sensores térmicos rastreaban el calor residual del Comando, mientras su cañón de hombro giraba en busca de un blanco claro. Había visto al hereje antes: una figura espectral en una armadura reforzada de metal negro, grabada con runas infernales que brillaban tenuemente, moviéndose con una gracia letal que rivalizaba con la suya. Las Garras de Tartarus del Comando, templadas en el Río Estigia, habían destrozado a una patrulla de Nueva Antioquía en segundos, y el Yautja supo de inmediato que este era un trofeo digno de su clan.
El Comando, por su parte, se deslizaba entre las ruinas de una trinchera colapsada, su generador de sigilo difractando la luz a su alrededor, convirtiéndolo en un borrón apenas perceptible. Sus habilidades de infiltración lo habían llevado a través de líneas enemigas innumerables veces, y su ocultación natural lo hacía un fantasma incluso sin su tecnología infernal. No tenía lengua para gritar órdenes o maldecir, pero sus manos trazaban señales rápidas en el aire, como si invocara a los demonios que lo habían entrenado. Había detectado al Yautja cuando una red metálica suya atrapó a un demonio menor que él perseguía, y desde entonces lo había marcado como presa. Ningún ser, mortal o no, desafiaba impunemente a las Legiones Herejes.
La cacería se prolongó durante horas bajo un cielo plomizo. El Yautja tendió una trampa en un cráter lleno de cuerpos putrefactos, dejando un rastro falso de sangre demoníaca para atraer al Comando. Este, confiado en su sigilo, se acercó, pero el instinto del Yautja lo alertó: un leve crujido en el lodo, un destello de runas en la niebla. Disparó su cañón de plasma, y una bola de fuego azul estalló contra la armadura reforzada del Comando, que resistió el impacto con un chirrido metálico. El hereje respondió al instante, lanzándose desde la penumbra con sus Garras de Tartarus extendidas, rasgando el aire donde el Yautja había estado un segundo antes.
El duelo fue brutal. El Yautja activó sus hojas retráctiles, enfrentando las garras infernales en un choque de chispas y rugidos. La armadura del Comando absorbía los golpes, pero una estocada precisa del Yautja cortó un cable de su generador de sigilo, rompiendo su invisibilidad. El hereje contraatacó con una velocidad inhumana, sus garras envenenadas rozando el brazo del Yautja, dejando un rastro ardiente de veneno estigiano que le arrancó un gruñido de dolor. Ambos retrocedieron, jadeando entre el barro, sus cuerpos marcados por la batalla: el Yautja sangrando un líquido verde fosforescente, el Comando con su armadura abollada y humeante.
La cacería alcanzó su clímax en una llanura devastada por bombardeos, donde el Yautja usó su última carta. Lanzó una red metálica electrificada que atrapó al Comando contra un tanque calcinado, inmovilizándolo momentáneamente. El hereje forcejeó, sus garras cortando los cables, pero el Yautja ya estaba sobre él. Con un rugido gutural, clavó su lanza en una grieta de la armadura reforzada, perforando el pecho del Comando. Un chorro de sangre negra brotó, y el hereje se desplomó sin emitir sonido, sus manos aún trazando una señal final de desafío.
El Yautja, exhausto y herido, arrancó la cabeza del Comando como trofeo, su máscara salpicada de sangre infernal. La victoria había sido difícil, un enfrentamiento que lo había llevado al borde de sus límites. Mientras el viento arrastraba el polvo sobre el cadáver del hereje, el sangre joven alzó su lanza al cielo gris, un grito de triunfo resonando en la desolación de la tierra de nadie. Había probado su valía, pero sabía que este mundo maldito aún guardaba presas más letales.
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