Hace una semana yo estaba en algún rincón de Hokkaido, descubriendo una casa en mitad del monte. Una casa hecha de madera, a medio camino entre el escenario de un terrible crimen, o un lugar idílico. Regentado ese lugar, se trataba de una agencia de rafting, llevada por una simpática pareja que pese a ser japonesa, poco tenía que ver con el habitual código de conducta japonés: Mari y Toshi, muchas gracias por el mejor rafting de mi vida, muy divertido, ambos son unos cracks, y nos estuvimos riendo mucho con sus ocurrencias y sus mezclas de español/japonés. También quiero darle las gracias por darme a conocer un músico llamado Junnos, tenían sus canciones sonando a toda pastilla, y todo ello: el enclave, la música, y estos dos, convertían el lugar en un sitio donde te apetecía quedarte toda la vida.
Después de este mes totalmente desconectado del tema frikil, vuelvo con una entrada que a lo mejor me supondrá meterme en un jardín o tal vez no. Retomo un tema que de vez en cuando vuelve a nuestro grupo, ya sea por alguna polémica, o a la hora de entrevistar o hablar con creadores o jugadores de los wargames.
Antes de nada, quiero remarcar que esta es mi opinión personal, sin paños, sobre éste tema, y que no necesariamente la comparte el resto de miembros de la Vieja Guardia. Sí, si sabéis leer entre líneas veréis que claramente en mi manera de escribir hay una ideología, ideología que también se ve reflejada en lo que hago en este hobbie: el trasfondo, los personajes, la elección de mis tropas, etc...
Y es que siempre estamos hablando del tema de las ideologías políticas en los wargames, ¿Realmente el Hobbie es impermeable a las ideologías políticas?
La respuesta rápida es NO. La política lo impregna todo, nos guste o no, entre ello las obras de ficción, y por ende, también nuestros juegos favoritos. El creador o creadores de tal wargame tienen siempre una ideología, nos guste o no. Hoy voy a intentar plasmar todo esto, y ver qué sale.
Existe una creencia extendida en los grupos de juego de “mejor dejar la política fuera de la mesa”.
La intención suele ser buena (evitar discusiones externas y centrarse en el disfrute del juego), y más en los tiempos que corren, donde hay mucha gente polarizada, pero parte de una ilusión.
La política no desaparece porque se la declare ausente; atraviesa todos los ámbitos de la vida, y los wargames no son excepción. Al fin y al cabo, hablamos de juegos que tratan de conflictos armados, imperios, regímenes, resistencia y poder. Son representaciones culturales de la guerra y, como tales, arrastran símbolos e ideologías. Pretender que no hay política en ellos es tanto como negar el marco en el que existen.
La clave, por tanto, no está en ocultarla, sino en distinguirla en varios los planos:
En la mesa, la política puede aparecer como elemento narrativo o histórico: el ejemplo más evidente de esto lo vemos si estamos jugando a Flames of War, Bolt Action, o juegos de temática histórica.
En el jugador, la política puede manifestarse como ideología personal. Todos tenemos la nuestra, y no necesariamente tiene que gustar a todo el mundo(1).
Y es en este punto donde hay un elemento crucial: El Contexo. El contexto lo cambia todo
No es lo mismo recrear que promover.
En un juego histórico es inevitable toparse con ejércitos que representan regímenes totalitarios. Reproducir una batalla de la Segunda Guerra Mundial exige poner en mesa la Wehrmacht, el Ejército Rojo o la resistencia partisana. Eso forma parte del pacto lúdico: recrear sin legitimar.
En un juego fantástico o de ciencia ficción, como Warhammer 40K, la dimensión política adopta otro matiz. El Imperio de la Humanidad es un totalitarismo absoluto, pero no como modelo a seguir, sino como distopía satírica. Cuando alguien se apropia de esa estética como inspiración real, la sátira desaparece y queda la apología.
Hagamos ejemplos de esto.
Imagina que vamos a echar una partida de Fire! ambientado en una operación militar, un jugador va con los FDI, y el otro con comandos de Hamás. Vamos a recrear un conflicto militar entre estas dos fuerzas, puede ser un evento real o inventado, creado dentro de un marco histórico. No debería haber problemas.
Imaginemos otro caso, torneo de Warhammer 40k, un jugador acude con un ejército de la Guardia Imperial, con claramente una estética Nazi (me refiero a uniformes, conversiones y simbología) cuyo general, metido en un Leman Russ, se llama Adolfo(2).
Ambos casos están haciendo una recreación, tal vez el segundo caso debería de tenernos un poco más atentos por si se trata más de una sátira o realmente el jugador está patinando un poco.
Ahora imaginemos que en uno de estos ejemplos, el jugador acude con ropa o tatuado con simbología que claramente patina hacia una ideología de odio. Aprovecho aquí para señalar a esos "equidistantes" que me dicen que es lo mismo llevar una camiseta del grupo División 250, a una del colectivo Panteres Groges. No es lo mismo, y si yo fuese el organizador, ya te digo que los primeros se van a casita, y que me vengan con tonterías de "discriminación ideológica", no querido, no tienes derecho a pedir nada cuando tu ideología pasa por quitarle derechos a otros.
Frente a esto, cabe preguntarse: ¿Qué hacer? ¿Debemos “higienizar” el hobby de toda referencia política? La experiencia de Talavera muestra que esa estrategia es insuficiente. El silencio no protege; lo que hace es dejar hueco para que alguien lo ocupe con un gesto provocador(3). Además, dejar pasar los días sin decir nada, no sólo no arregló el tema, si no que lo hizo agravar hasta que la propia GW tuvo que tomar cartas en el asunto para desmarcarse de semejante marrón. Dejaremos para otro día lo que pienso del corporativismo de algunos medios respecto a este tema, lo achacaré más a razones de intereses económicos que ideológicos.
La respuesta pasa por higienizar, sí, pero con criterio:
No censurar la historia ni la ficción. Sí impedir que el espacio de juego se convierta en un escaparate de ideologías de odio.
La política puede estar en el juego, pero no en el jugador. Es legítimo llevar tropas de la Wehrmacht en un wargame histórico o desplegar un Regimiento de Mordia Imperial en 40k (cuya estética nos puede recordar a..). Lo que no lo es, es acudir con símbolos neonazis en la ropa o con pseudónimos apologéticos.
En un caso hablamos de representación; en el otro, de propaganda. Sí, propaganda, aunque te quieras hacer pasar por un chico "malote" (que sé que está de moda), y de ir " a contracorriente de lo woke". Estás haciendo apología del odio, no lo olvides.
Creo que en este punto, hay un caso muy sangrante que puso sobre la mesa este tema, estamos hablando de lo que nos dejó Talavera (sí, fue hace unos años, pero marcó un antes y después).
El problema del torneo de Talavera no fue la presencia de un ejército con inspiración totalitaria. Eso, en el marco del juego, puede ser narrativamente válido. El verdadero error fue no establecer una frontera clara entre lo que pertenece al tablero y lo que pertenece al jugador.
La consecuencia fue permitir que un individuo instrumentalizará el evento como plataforma política. La reacción de la comunidad, sin embargo, fue clara: rechazo masivo. Games Workshop reforzó ese rechazo con un comunicado firme, y desde entonces muchos torneos han introducido cláusulas específicas para blindar sus espacios frente a símbolos de odio. También ha provocado que dicho jugador haya sido "vetado" (como sujeto problemático) de eventos, y me consta que en algunos sitios ya no puede participar.
En este aspecto, como jugador viejuno que en el pasado me había encontrado este tipo de sujetos, me alegra saber que la comunidad "ha madurado" y que sabe decir "hasta aquí" para este tipo de personajes. Sí, a mi este tipo de participantes me sobran, no aportan nada al hobbie, sólo restan. Así que me parece perfecto que se queden en su casita o grupo de juego(4).
Vamos cerrando este ladrillo y sacando el pie de semejante jardín.
Los wargames no son un refugio apolítico. Nunca lo fueron, porque trabajan con la materia misma de la política: la guerra, el poder, el control. Pero eso no significa que deban convertirse en terreno fértil para ideologías extremistas y más concretamente de odio.
Me resulta chocante que gente con semejante ideologías se quiera luego acercar a un evento en el que va a tener que socializar con personas contrarias a sus "ideales", podríamos decir que los dejan al lado porque el homo ludens es fuerte en él, esto estaría bien, si no fuera porque acuden a estos rodeados de su parafernalia, ahí es cuando falla algo. Dejando de lado lo que pueda pensar de sus ideas, es una falta de respeto a los jugadores que han venido a jugar y pasárselo bien, y a los organizadores que con su esfuerzo lo han montado todo. Has reventado el evento, enhorabuena, has ganado "tu momento de casito", pero las consecuencias pasarán porque dicho evento no vuelva a hacerse o directamente, quedes en una lista negra...
El reto está en trazar la frontera con claridad: el juego puede representar ideologías pero los jugadores no deben promoverlas. En esto se basa, paradójicamente, la salud de la afición y su comunidad.
Afortunadamente, por ahora, parece que esta diferencia, en su mayoría, lo tenemos todos bien claro, lo jodido será el día que no sea así.
Si cuidamos ese límite, preservamos lo que de verdad nos convoca: el placer de la estrategia, la pintura de las miniaturas, las narrativas compartidas… y la certeza de que la mesa es un lugar seguro para tod@s.
Y hasta aquí mi ladrillo semanal, espero que no haya sido demasiado pesado.
¿Vosotr@s qué pensáis de este tema?










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