De nuevo, otro relato (esta vez creado por uno de los diseñadores del juego), traducido de nuevo por Borzag a través de su blog Minis de Cómic,(muchas gracias por el curro).
Solidaridad
POR DOUGLAS SEACAT
La Magister Helynna de la Casa Shyeel levantó una mano para proteger sus ojos del aguanieve y así observar a los humanos de la ladera, quienes subían por la cuesta con sus uniformes y armaduras azules. La tormenta había arreciado de repente, invocada de forma antinatural por los cygnarianos de debajo.
Helynna había sido enviada para ayudar a defender un puesto de avanzada vital oculto en Cygnar que era vital para el Castigo. El complejo subterráneo había sido construido hace décadas, sus entradas camufladas para confundirse con la ladera. La instalación había servido de base para numerosas misiones de espionaje y ataques encubiertos, y había permitido al Castigo mandar cazadores de magos a lo más profundo de las tierras de los humanos. Aún no estaban listos para rendirlo.
Los humanos no se ocultaban durante su marcha, ya que la energía chisporroteaba a lo largo de las alabardas y de las pesadas gujas que portaban sus caballeros. Los relámpagos danzaban también a lo largo del masivo trozo de acero llevado por un siervo de guerra situado en el frente y que escupía humo: un Stormclad con un bandera dorada ondeando en su espalda. Varios siervos de guerra más pequeños acompañaban a los soldados, dirigidos por caballeros de la tormenta que gritaban ordenes por encima del viento y la lluvia. Otros soldados que llevaban revólveres incrustados de runas y tricornios marchaban tras ellos: magos pistoleros.
Los tres mirmidones de Helynna esperaban detrás de ella, sus bellas formas y sus brillantes runas arcántrikas exhibiendo una gracia y una elegancia que dejaba en ridículo a las toscas máquinas humanas. Auras de luz tenue brillaban a su alrededor: eran campos de fuerza, diseñados tanto para protegerles como para armarles. Cada mirmidón era una obra maestra del diseño Shyeel, montado para la guerra por los artificieros de la casa de Helynna. Ella había jugado un rol en su creación, mejorando los diseños previos. Helynna era también una hechicera de guerra, una de las pocas con la muy valorada habilidad de controlar tales máquinas con su mente.
- “Ya casi han alcanzado el complejo, Magister. Ya es tarde para que ejecutemos una emboscada apropiada” - dijo Lyven, un anciano mago de batalla de su misma casa. - “Los defensores serán sobrepasados. Sería una tontería perecer con ellos. Deberíamos volver para informar a la Adeptis Rahn.”
- “No” - Ante su brusca respuesta, sus ojos se estrecharon bajo su capucha. A ella no le importaba que él fuese más viejo y se creyese más sabio. Este era su mando. Añadió: - “Tú puedes estar dispuesto a dar la espalda a nuestros hermanos y hermanas, pero yo no.”
Sus labios se apretaron. - “Los cazadores de magos atrajeron a este enemigo al ser imprudentes. Son bajas aceptables.”
- “No para mi” - dijo con firmeza. Era cierto que algo había debido ir mal aquí. Seguramente, los cazadores de magos habían sido seguidos tras una misión. Helynna no permitiría que eso fuese una excusa para dejarlos morir. La mayoría de los miembros de la Casa Shyeel sólo se preocupaban por los suyos, una actitud que ella rechazaba. Toda la raza élfica se enfrentaba a una extinción inminente. La mayoría de sus dioses habían sido destruidos por la propagación de la magia humana, y el resto estaba muriéndose. La solidaridad y la resolución eran vitales para que su gente se asegurara una esperanza para el futuro. Los cazadores de magos del Castigo eran de los pocos en Ios con el valor de arriesgar sus vidas para frustrar a la humanidad. Helynna los admiraba mucho. Dijo: - “Mandad a un corredor para decirle al puesto de avanzada que vamos a hacer nuestro movimiento. Necesito que flanqueen al enemigo después de que atraigamos su atención.” - Él hizo lo que le pidió, mandando a un fusilero de la guardia de la casa.
Ella dio al soldado unos pocos minutos antes de levantar su arma de asta arcántrika como señal para el resto. Su escolta incluía veinte guardias de la casa (soldados con armadura de placas y una mezcla de alabardas y rifles) junto a una escuadra de magos de batalla de Shyeel. Les dirigió en una medida carga colina abajo, acumulando inercia mientras atravesaban los bosques a la carrera. A la orden mental de Helynna sus mirmidones se pusieron en marcha, sus campos de fuerza brillando a máxima potencia. El campo de fuerza de la Manticore onduló como la superficie de un lago al disparar múltiples descargas de energía azul hacia los soldados cygnarianos más próximos, perforando sus armaduras. Gritó: - “¡Por Scyrah!”
El súbito asalto cogió desprevenidos a los humanos. Sus fusileros aprovecharon para derribar a algunos objetivos justo antes de que los magos pistoleros de debajo empezaran a devolver los disparos. Los ojos de Helynna estaban fijos en el masivo siervo de guerra Stormclad situado cerca del frente de la fuerza enemiga. Incluso sin un hechicero de guerra controlándola, la poderosa máquina podía hacer pedazos a sus mirmidones. Ella sabía que no debía subestimarla a pesar de su tecnología inferior basada en la quema del carbón.
Tomó una decisión rápida y mandó a su Manticore en un curso de colisión con el siervo de guerra cygnariano. El mirmidón pesado irrumpió a través del follaje y forzó a varios caballeros de la tormenta a tirarse fuera de su camino mientras salía disparado hacia el siervo de guerra oponente. Momentos más tarde el Stormclad era una pila de chatarra, despedazado por los puños de sable de la Manticore, pero el mirmidón había pagado el precio, martilleado en represalia con gujas de tormenta. Los caballeros de la tormenta que le incapacitaron fueron atacados por alabarderos de la guardia de la casa y fueron forzados a retroceder momentáneamente. Sus soldados estaban superados numéricamente. Invocó runas místicas a su alrededor, creando una burbuja reluciente que incluyó a la mayoría de sus aliados más cercanos, protegiéndoles de las balas y de las descargas de las gujas de tormenta.
Helynna avanzó y se agachó en busca de cobertura detrás de la mole humeante y magullada de su Manticore. Las balas rebotaban en su superficie de metal y pasaban por encima de su cabeza. Estaba muy dañado pero no roto: el mirmidón vibraba bajo su mano con energía latente, y su mente seguía vinculada a su córtex. Aunque sus piernas estaban rotas y su torso abierto intentaba levantarse y volver a unirse a la lucha.
Forzó al mirmidón a quedarse quieto, no fuese que los humanos más cercanos acabasen con él. El combate se arremolinaba alrededor de ella mientras evaluaba la extensión de los daños. Mandó su mente a su interior y a lo largo de su estructura, sintiendo más de lo que podría ver solo con sus ojos. Estaba segura de que podría conseguir que la máquina se levantase de nuevo, aunque hacerlo requeriría tiempo y concentración. Después de echar un vistazo por encima de la mole para confirmar que sus soldados tenían trabado al enemigo, se decidió a asumir el riesgo.
Helynna conocía cada detalle de los mirmidones de la Casa Shyeel, habiendo pasado años construyendo sus componentes, y dedujo rápidamente que debía devolver la potencia y la estabilidad a las piernas de la Manticore y a sus generadores de campo inferiores. Aún tocando la máquina, concentró su voluntad y agarró sus intrincados mecanismos internos para re-conectar varios conductos, alinear engranajes, y fortalecer pistones doblados. Un arcanista menor habría requerido herramientas especializadas, pero no Helynna. Ella podía recrear los contornos de cualquier herramienta que requiriese evocando mentalmente planos esculpidos de fuerza cinética, y podía retorcer y aplanar con su mente gruesos trozos de metal rasgado para formar configuraciones apropiadas.
Mientras trabajaba, parte de su mente permanecía conectada a sus mirmidones Griffon y Chimera,
los cuales batallaban a lo largo del perímetro. Les dirigió hacia objetivos, guiando los golpes de la alabarda del Griffon y las gujas instaladas en los brazos de la Chimera.
A través de los receptores del Griffon vio un destello de luz y oyó la explosión del cañón de un siervo de guerra próximo a la retaguardia: un Charger. Mandó un pulso de poder arcano para otorgar fuerza a las piernas del Griffon y le urgió a correr por el flanco izquierdo para interceptarlo. La máquina parecía desafiar la gravedad mientras avanzaba a zancadas, moviéndose a una velocidad que contradecía el peso de su estructura de acero.
El Charger le vio venir y consiguió disparar un proyectil más a través de su cañón compuesto antes de que el mirmidón le alcanzara. El proyectil se ralentizó mientras perforaba el campo de fuerza del Griffon y fue desviado por su escudo de acero. El Griffon levantó su alabarda y clavó profundamente la pesada hoja en el costado del Charger. Helynna se sintió como si el arma estuviese en sus propias manos al golpear de nuevo, guiada por su atención enfocada. El Charger contraatacó con el martillo metálico de su mano derecha, pero el golpe solo abolló la armadura del hombro del Griffon. La siguiente estocada del mirmidón incapacitó a la máquina enemiga, perforando su torso para empalar su córtex.
Destellos de luz acompañaron al sonido del trueno cuando varios forjadores de tormentas invocaron al relámpago para golpear a su Griffon y a su Chimera. Portando herramientas mecánikas que parecían largas varas coronadas por esferas de metal giratorias, los forjadores de tormentas podían controlar el clima e invocar descargas voltaicas altamente disruptivas. La energía chisporroteó al recorrer las estructuras de los mirmidones, causando daños mínimos pero mandando electricidad a través de sus córtex y cortando temporalmente sus vínculos con Helynna. Siguieron luchando, pero sin su guía.
Sintió su ira crecer ante los despliegues de poder mecániko que la rodeaban. Cada cámara de tormentas que potenciaba las armas cygnarianas, cada bala con runas inscritas que disparaban... todo eso era impuro y dañaba a Scyrah, la diosa que protegía a Ios. La fuente de su poder manchado era bastante diferente a la de la energía más pura de los iosanos. La batalla que rugía alrededor de Helynna encapsulaba la necesidad y el desafío de su causa: hay demasiados humanos y demasiados pocos iosanos.
- “¡Lyven!” - gritó por encima del estruendo del sonido de metal, del fuego de los rifles y los revólveres y de la energía chisporroteando. - “¡Consígueme espacio!” - El mago de batalla y los suyos eran los que estaban luchando más cerca de ella, sus manos y brazos envueltos en guanteletes de poder descomunales que les permitían lanzar rayos de fuerza desgarradora a los enemigos más cercanos. Lyven había perdido a todos sus hombres menos a un puñado, derribados por Stormblades, y Helynna sentía profundamente cada pérdida. ¿Él había tenido razón? ¿Debería haber evitado la confrontación?
No. Más iosanos estaban atrapados dentro del puesto de avanzada, y sin su intervención se enfrentaban a una masacre. Mejor morir luchando que, sencillamente, darse la vuelta. Podía seguir viendo a través de los ojos de su Manticore y elegir su momento cuidadosamente. Esperó hasta que los magos pistoleros de la periferia hubiesen terminado con una andanada y se detenían para recargar. Entonces saltó por encima de la máquina y se lanzó a la refriega. Volviendo a gastar voluntad, Helynna les maldijo, infligiendo un encantamiento que les marcó para la destrucción.
Cargó, girando sobre si misma mientras se acercaba para añadir inercia a su arma de asta, cuyo filo mejorado atravesó la armadura de su enemigo. Con un golpe descendente eliminó a otro antes de que pudiese levantar su guja. Por los pelos, evitó un golpe por la espalda de una guja, cayendo en un familiar trance de batalla que le permitía sentir a todos los enemigos que la rodeaban.
Los cygnarianos situados detrás de este grupo se reagruparon, señalando en su dirección. Sabían la importancia de acabar con un hechicero de guerra. Sujetó todo el largo de su alabarda con ambas manos, balanceó la hoja de la punta al caballero más cercano de entre los que se le aproximaban y apretó un interruptor situado en su base. Esto mandó un rayo de energía letal hacia el pecho del hombre. Más balas y relámpagos volaron hacia ella, entrecruzándose por el aire, ralentizados por su magia aunque creando una zona donde un paso en falso podría ser mortal. Su campo de fuerza apenas desvió un disparo, y vio la bala pasar a su lado girando, a unos centímetros de su cráneo afeitado.
Esquivando todas las amenazas que le lanzaban, retrocedió mientras se concentraba en la magia que protegía a sus soldados. Dio a su Manticore la orden mental de levantarse. Sus reparaciones habían restaurado temporalmente sus sistemas, y, vacilante, se puso en pie. Su campo de fuerza fallido parpadeaba mientras luchaba por restablecerse.
Vio en la periferia una imagen bienvenida: cazadores de magos emergiendo del puesto de avanzada como si fuesen sombras revoloteando. Se acercaron por la espalda a los magos pistoleros y a los forjadores de tormentas que estaban más lejos de ella y alzaron unas espadas curvas delgadas que brillaban bajo la luz. Golpearon, cobrándose un macabro precio en sus enemigos.
Un siervo de guerra ligero Firefly cercano a los forjadores de tormentas se giró para encargarse de ellos, disparando su bláster de tormentas. Cuando impactó a un cazador de magos con el arma, un relámpago saltó para electrocutar a otro.
Sintió el regreso de la conexión mental con sus otros mirmidones a medida que la disrupción eléctrica se desvanecía. A través del arco nodo del Chimera, canalizó su ira en forma de un pincho afilado de fuerza cinética que derribó al Firefly para que los cazadores de magos pudieran disponer de él.
Alzando su alabarda, Helynna invocó todo lo que pudo de su reserva más profunda de poder. Desató una ola de energía arcana hacia sus mirmidones, restaurando y sobrecargando sus campos de fuerza, haciéndoles casi inmunes durante un corto periodo de tiempo. El esfuerzo la agotó, pero apretó los dientes y concentró su atención en la Manticore, dirigiéndola para que disparase a los caballeros a la carga. Estos corrieron directamente al interior de su campo de tiro, y, uno tras otro, cayeron.
Atrapada entre los cazadores de magos y los restantes guardias de la casa y magos de batalla, la fuerza enemiga estaba liquidada. Sin apasionamientos, los cazadores de magos acabaron con aquellos que intentaron huir. Aunque no redujo el dolor de sus pérdidas, Helynna tuvo la satisfacción de haber infligido mucho más daño a los cygnarianos de lo que ellos le habían infligido a ella.
Se giró para ver al comandante de las filas de cazadores de magos aproximándose. Ella agarró su brazo. Él inclinó su cabeza en señal de respeto y dijo - “Magister, tu llegada ha sido oportuna. Mis condolencias por la sangre derramada por tu gente. Estamos en deuda con vosotros.”
Ella miró brevemente a Lyven, quien bajó sus ojos. La próxima vez se lo pensaría dos veces antes de sugerir que dejaran morir a iosanos.
Ella dijo al comandante - “Lloraremos juntos por nuestros caídos. La Casa Shyeel está con el Castigo de Scyrah. Nuestra causa es una.”
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